INTIMBA (profundo pesar)
Léo,
desorientado, camina durante días por el margen de la carretera. Cuando aparece
la guerrilla tutsi, en dos zancadas se interna en la selva y espera que se alejen. Sabe que
se halla en territorio ocupado, porque no vuelve a encontrarse con militares ni
con interahamgwe; todos escapan de la venganza del FPR.
Léonide
trata de aclarar sus ideas: al Zaire no puede llegar sin vehículo; huir a
Burundi es demasiado peligroso, también estalló una guerra civil; ¿Uganda? Son
amigos de los tutsi y desde allí partió la invasión... ¡Tanzania! Se puede
intentar: allí escapará todo el mundo según avancen los rebeldes.
Léo
sobrevive las siguientes jornadas de registrar pertenencias de cadáveres y
casas saqueadas. Una conserva caducada el mes anterior no es tóxica, y tampoco
pasa sed, pues el cielo se derrama sobre el país.
En
cierta ocasión, logra conectar la radio de un coche abandonado. Queda batería,
aunque han acribillado el bloque del motor y no arranca. Sintoniza la BBC, e
informan de la llamada “operación turquesa”. El ejército francés, por su
cuenta, acotó una zona de seguridad al sur para que escapen los líderes hutus.
A los peces gordos los evacuan a Francia en helicóptero, lejos del FPR. Léonide
ya sabe dónde dirigirse.
Cambio
de planes. Al salir del coche, Léo se encuentra rodeado de uniformados con un
pañuelo rojo al cuello: guerrilleros tutsis del FPR. Calcula que la mitad son
adolescentes de la edad de sus alumnos. Parecen bien alimentados. Algunos son
muy altos y delgados con larga y afilada nariz, otros pasarían por hutus. Se
arman con AK 47 y lanzagranadas rusos. Uno de ellos, con insignias de oficial,
exige a Léo su tarjeta de identidad. La consulta y dictamina:
—Me
parece que eres un interahamgwe.
—Escucha.
—Se revela Léonide—. Te he enseñado mi tarjeta de identidad a sabiendas de que
soy hutu: si tuviera algo que ocultar, me habría deshecho de ella. Soy un
refugiado que lo ha perdido todo. Dispárame si me crees un asesino: de lo
contrario, déjame ir. ¡Venga, héroe, decídete!
El
joven oficial se cohíbe por instinto ante la bronca del antiguo profesor.
Tanzania,
cataratas Rusumo.
Arriba,
el puente que sirve de paso fronterizo bulle con la masa multicolor de los
refugiados hutus que huyen de Ruanda. Abajo, en la desembocadura del río Ruvuvu
en el Kagera, la corriente, bravísima, vuelve las aguas del color del barro y
la espuma. Varios soldados tanzanos extienden una red; pescan los muertos que
arrastra el río dentro de su país. Llevan así cerca de tres meses. Esa mañana,
de momento, sólo recuperan un cadáver hinchado: el de Léonide.
Hablan
de fútbol; aquel cuerpo es uno de tantos.
Fin
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