viernes, 14 de octubre de 2016

EL TIGRE





          Mi musa no es una musa normal. Por alguna razón es un tigre. Siempre sospeché que esa inspiración tendría que ser algo brutal y primitivo, en vez de una etérea beldad griega tañendo una lira. Y acerté. El depredador se ha hecho carne y sangre y ronda por la habitación, buscándome. Mientras, yo me encojo y tiemblo encerrado en el armario. 

          Lo vigilo a través de una grieta en la madera. El tigre se acerca a mi mesa, desordena los papeles con una pata y olisquea la máquina de escribir; después gira su enorme cabeza hacia mi refugio, clavando sus ojos ambarinos en los míos, como si pudiera verme, presintiendo la cercanía de la presa. Las bolas de naftalina que alguien desperdigó aquí dentro disimulan mi olor; pero es inevitable que, aun sin estímulo sensorial, la fiera perciba el pánico de una presencia cercana, pues el miedo no hay odorante que lo enmascare.

          Cuesta recordar lo ocurrido. Me disponía a redactar una crónica de lo más insulsa que trataría sobre Fulano de tal, niño bien, que había cambiado de pareja y ahora se dejaba ver con Mengana de tal, otra niña bien. La trivialidad habitual, nada costosa de escribir, soy buen redactor y tengo mucho callo; lo reconozco: me ofrezco igual que una puta y me pagan por ello. Vislumbro que la pesadilla empezó en cuanto acomodé el papel en el carro de mi Olivetti; sí, al comenzar a teclear. Sentí un zarpazo en el costado, como una descarga eléctrica, caí al suelo y noté un aliento ardiente en mi nuca y un rugido ahogado, grave, ardiente y húmedo me borboteó en el oído. Grité y todo fue oscuridad; hasta que desperté y me encontré oculto en esta celda de madera con la bestia acechando en el exterior.

          Es un hermoso animal, hay que admitirlo. La más perfecta y salvaje expresión de poder. Casi parece retarme a que salga... ¡Eso es! No quiere devorarme porque sí, pues podría destrozar la puerta del armario y atacarme. El tigre anhela pelear, que nos enzarcemos. Puede que fuese él quien me encerró aquí durante mi inconsciencia; así retirado del peligro podría armarme de valor, ponderar mi existencia en lo que vale y salir a luchar...

          No. Evitaré el riesgo y esperaré. De momento me siento a salvo y la incomodidad es mínima; algún calambre por la postura nada más. El sufrimiento soportable es mejor que la incertidumbre. Sí, mejor aguardar a ver si se va. ¿Para qué arriesgarse?

          A las pocas horas del levantamiento del cadáver hallado en el armario, el juez de guardia recibió en su despacho un fax con el informe del forense. El letrado ojeó el documento subrayando mentalmente las palabras clave: “varón”, “cuarenta años”, “sin signos de violencia”, “causa de la muerte: inanición”. Después abrió una carpeta y releyó la hoja encontrada en la máquina de escribir. Sólo dos frases tecleadas:

          ¿Por qué elegí ser una bacteria cuando pude ser un titán?
          ¡Qué desperdicio!

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