lunes, 10 de octubre de 2016

THE REBEL YELL (2ª parte)




 

  2.

Viernes por la tarde.
No he comido, Padre Celestial. Puede ser la disentería, o quizás los nervios. Es la mala sensación de siempre y ya me acostumbré, como cuando te tienen que sacar otra muela y ya sabes lo que te toca pasar y te molesta menos.
Veo a dos capitanes de la compañía ce. Uno mira su reloj “casi la una de la tarde”, oigo que dice. Estos chicos de ciudad necesitan una máquina para saber la hora, pobres, ¿quién es el ignorante? yo la sé mirando la altura del sol, es lo normal. Me gusta que la lucha vaya a ser al mediodía; es horrible la sensación de no estar del todo despierto a primera hora de la mañana mientras alguien intenta matarte.
Truenan los primeros cañonazos. Nuestras baterías suman un total de ciento ochenta piezas y disparan a un ritmo de un disparo por segundo; dentro de un par de horas no quedará nada vivo en Cemetery ridge. Tenemos que abrir la boca como hacen los artilleros para que no nos revienten los oídos con los estampidos. Saber lo que le está lloviendo al enemigo nos da tranquilidad para el asalto. El humo de la pólvora no nos deja ver nada tras las primeras salvas. Un chistoso cuenta que, como mañana es cuatro de julio, se lo hacemos celebrar por anticipado a los yanquis. De vez en cuando cae cerca algún proyectil enemigo como respuesta.
Un soldado de los nuevos remplazos nos avisa de que nuestro sargento y otros suboficiales parecen bastante serios. Conocemos a cara quemada de varias campañas y esto no es normal; algo le preocupa. Tenemos que enterarnos, claro, y nos acercamos a hablar con él. Somos veteranos y sabe que puede ser franco, que si hay problemas responderemos bien y le ayudaremos con los reclutas. La moral de la tropa no peligra, aunque no todo sean buenas noticias.
—Por favor, sargento, necesitamos saber qué vamos a encontrarnos— le pregunta un cabo.
—¿Dudáis de las órdenes recibidas?
—No, señor. Llevamos dos días esperando y queremos combatir, pero sabemos que la lucha ha sido muy sangrienta en otras partes del frente y no creemos que aquí vaya a ser fácil— responde el cabo por todos nosotros.
—Está bien. —El sargento me deja un pequeño catalejo y me indica que luego se lo pase a mis compañeros— mirad allá, al objetivo. La mayoría sabéis lo que ocurrirá: tenemos que avanzar milla y media al descubierto ¿veis la cerca de madera que cruza todo el campo? mientras la atravesamos nuestras líneas se desordenarán y tardarán en recomponerse. Y a partir de ahí estaremos bajo el fuego de mosquetes y artillería de corto alcance. —Me da una palmada en el hombro—, la metralla de la que hablabas con Dios. Calculo que para ese momento ya rondaremos el cincuenta por ciento de bajas y…
Me viene a la cabeza que el lugar al que vamos se llama: “Colina del Cementerio” y noto un escalofrío. —Entonces ¿por qué atacamos precisamente ahí?— pregunto.
—Porque la artillería del coronel Alexander quebrará sus defensas y destruirá la mayoría de sus cañones, nuestro asalto romperá sus líneas y no podrán contenernos. Seremos demasiados para ellos.
—Entonces ya está hecho. Los yanquis casi han dejado de disparar— añado.
—Jamás subestimar al enemigo. Usad otra vez el anteojo ¿Veis a su general a caballo entre las explosiones, al descubierto? Da ejemplo y anima a sus hombres. Es Hancock, un buen militar, tan competente como los nuestros. Si apenas disparan porque les hemos triturado, estupendo; pero si retiraron los cañones y ahorraran munición esperando el asalto…que Dios nos asista. —El sargento se enciende la cachimba y se obliga a sonreír—. En fin, olvidad mi seriedad, mi trabajo consiste en anticipar posibles problemas, por eso seguimos vivos, recordar que tengo que cuidaros… ¡Ánimo, soldados! Los nordistas nunca han reservado su artillería en toda la guerra, siempre disparan cuando pueden hacerlo y sería muy raro que precisamente hoy cambiaran de táctica. Si cada uno de nosotros cumple con su trabajo la victoria es segura. ¡Cuento con vosotros, paletos!
Nos deja. Vemos que otros soldados le preguntan y finge que no pasa nada. Somos los veteranos del regimiento y le agradecemos su confianza. Será duro, pero venceremos. Claro que sí.
Volvemos junto al resto de la tropa, el ataque será pronto. Me apoyo en un árbol y mi mano se pringa de resina. Me gusta su olor, los pinos de Virginia son tan hermosos como estos de Pensilvania, otra obra tuya, buen Dios. Qué hermosa tierra y qué pena regarla con sangre. Miro el cielo y me imagino que lo estoy viendo mañana a estas horas, como si ya hubiera enviado mi cuerpo al combate mientras mi cabeza duerme, y ya me he despertado después de haber pasado lo que quiera que me vaya a tocar vivir ahora.
Me da por razonar qué demonios hago aquí. Sí, fui reclutado. Dicen que todo empezó por la emancipación de los esclavos y que los del norte iban a invadirnos. La verdad, Padre Celestial, nunca he pensado mucho en política ni en los morenos: viven en la miseria, pues yo también; no saben leer, pues yo tampoco. Dudo que sea grato a los ojos de Dios que unos señoritos sin callos en las manos obliguen a trabajar a unos pobres diablos. Los chicos de Alabama, usando la jerga de los esclavos, se refieren en broma a los generales Lee y Longstreet como “masa Lee” y “masa Longstreet”; hay tantos negros que ya nos contagian su forma de hablar. El párroco de mi pueblo explica que la Biblia justifica la esclavitud y no lo acabo de entender, igual que tampoco creo que los negros no sean seres humanos; su sangre es tan roja como la mía, lo sé porque la he visto. Eso sí, jamás aguantaré que unos malditos yanquis invadan mi tierra y me digan lo que tengo que hacer. Faltaría más. Sí: sabía que vine a la guerra por algo.
Termina el bombardeo. Silencio raro, porque pitan los oídos. Nos llaman a formar. Padre, recuerda lo que hablamos esta mañana. ¡Vamos allá!
El soldado que camina frente a mí es maestro en Norfolk. “Oye, amigo” (le llamo así, pues lo somos); “dime”, responde sin volverse; “mañana, cuando esto termine, quiero que me enseñes a leer ¿de acuerdo?”; ahora sí se gira “será un placer”, dice sonriendo.
Claro que es mi amigo.

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